Por Paco Latorre
¿Quieres ustedes un cursillo acelerado de lo que son los 80 en materia de celuloide terrorífico de serie b? Vean Razorback. Todo el desmelene sinvergüenza, estético y vacuo de la década está representado en ella.
Monster movie de planicie encantadora (supondrán que el argumento no es Madame Bovary), Razorback supuso el debut en la dirección de largometrajes de Russell Mulcahy, que tuvo su momento de gloria más tarde con Los inmortales y sus repetidos momentos de infamia con cosas del calibre de La sombra del faraón, Resurrección o Resident Evil:extinction. Mulcahy, reputado hacedor de videoclips (que, dicho sea de paso, dentro del mainstream también dirigió películas más o menos dignas como La sombra) contagió todos sus ticks a una película que si por espíritu podía haber nacido en los setenta, hija como es del videoclip define la esencia de su lenguaje atávico propio de los ochenta. Razorback es un ejercicio de estilo tan prototípico de unos tiempos como gratuito, y ahí reside su gracia: ritmo sincopado,ángulos de cámara imposibles (para la época), una fotografía cantosa y el nervio propio de no tener pretensiones más allá del terror de garrafón y la acción simplona.
Haciendo a ojo de buen cubero un repaso por las monster movies ochenteras uno sitúa a Razorback en el canon delimitado por joyitas como La bestia bajo el asfalto . Imaginación al poder, pese a que el argumento esté más visto que el tebeo, porque se trata de una cuestión de forma. Tampoco es difícil ver la herencia de Razorback en recientes producciones como Los demonios de la noche o El territorio de la bestia (esta segunda también australiana, y es que los australianos podrían hacer monster movies saliendo al parque más cercano con una cámara de video vista la fauna que pulula por esos andurriales) , facilonas y baratas peleas Hombre vs. Bestia tan divertidas como olvidables.
Razorback es pura diversión sin excusas, más cine de aventuras que de horror, con una escena inicial que es cine de palomitas del bueno de verdad, un aprovechamiento audaz del maravilloso (e inquietante) paisaje australiano y adaptación al canon de que en hora y media todo debe ocurrir siguiendo un sota, caballo y rey. ¿Que la hemos visto mil veces? Desde luego, pero hoy en día se echan de menos películas con la única misión de convertir a la platea en un puñado de merluzos bebiendo cerveza o de servir de excusa para poner una manta por encima de la fémina al uso y gambetear en el sofá con cuatro sustos bien dados.